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5. Dacko II

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Capítulo 5: Dacko II.

Dacko sabía que nunca podría confiarle a nadie el alivio que le suponía, en el fondo de su corazón, haber sido despojado de sus títulos.

Volvió a pensar en ello una vez más cuando se separó de Gärn en la entrada de la guarida de los curanderos, después de haber comido con Nadja. La guerrera de pelo gris oscuro se despidió de él secamente, y no lo miró más tiempo del necesario antes de volver a la casa que compartía con Nadja para recoger las pertenencias que le había pedido. Dacko se preguntó brevemente si debería haberse ofrecido a acompañarla, pero supuso que sería más seguro permitir que Gärn mantuviera la distancia que ella deseara. Si hubiera necesitado su ayuda, se la habría pedido. Seguramente.

Nada había sido igual entre ellos desde la muerte de Jakharo. Mientras la manada recuperaba la normalidad, y la familiar rutina de las tareas y las patrullas y los entrenamientos devolvía a todos la calma, Gärn parecía despreciarlo cada día más.

Dacko sabía que la había decepcionado. Que para una loba tan aferrada a las tradiciones de la manada como Gärn, la idea de entregarle su lealtad al asesino de su antiguo líder y actuar como si nada hubiera ocurrido era la más alta de las traiciones a su memoria. Gärn no había perdonado a Dacko por no hacer nada mientras Daichi tomaba la posición de su padre, otorgaba a su hijo Roho los títulos que le habían pertenecido a él, los expulsaba a Nadja y a él de su propia casa y tomaba a su madre como compañera. Dacko no la culpaba.

—Actúa ahora, mientras la sangre de tu padre aún está caliente en la tierra—le había exigido esa fatídica noche, con una ira ardiente tras sus ojos azules que Dacko nunca le había visto antes. Había aferrado su camisa en un puño y prácticamente lo acorralaba contra una de las paredes del Hogar—. Eres el legítimo heredero de Jakharo, ¡haz algo! ¡Hazlo ahora! ¡La manada te seguirá, Dacko, pero debes hacerlo ahora!

Dacko había dejado que lo zarandeara y le gritara, pero no había llamado a los guerreros a la rebelión ni había desafiado a Daichi a duelo ritual. Y conocía las palabras, claro que las conocía. Conocía todas las palabras. Llevaba toda su vida preparándose para el destino que acababan de arrebatarle. Pero no había pronunciado ninguna. Solo cuando Gärn se hartó de insultar su cobardía y lo abandonó en el suelo, y cuando Nadja lo ayudó a llegar a su nuevo lecho como quien guía a un cachorro ciego y desvalido, se las susurró a la oscuridad, y se atrevió a preguntarse lo que podría haber sido.

No recordaba mucho más de lo ocurrido aquella noche. En un momento dado su padre estaba exhalando su último aliento en el suelo, justo ante sus pies, y al siguiente todos los arreglos habían sido hechos: ya no era el Príncipe del Bosque Escarpado, su madre ocupaba un lugar junto al asesino de su compañero, y Nadja y él ya no tenían casa. 

Apenas le había dado tiempo a preguntarse por qué seguían vivos, cuando su mera existencia suponía un peligro tan grande para el control de Daichi sobre la manada. Porque Gärn tenía razón: si hubiera actuado, habría tenido apoyos, muchos, quizás los suficientes. 

Pero esa noche, mientras esperaba encontrarse un cuchillo clavado en las tripas en cualquier momento, le susurró las palabras a la oscuridad y supo que no tenía el valor para gritarlas ante los demás. Su padre había sido el mejor guerrero del Valle, y Daichi lo había matado. ¿Qué podía hacer él? Y el tenso paso de los días siguientes, en los que no cesó de sentir la mirada del nuevo guía de los vientos de lluvia en la nuca, le había dado la respuesta: nada. No podía hacer nada. Nunca derrotaría a Daichi en combate singular, y tras su inevitable muerte Nadja sería la siguiente amenaza de la que se libraría. Y ya era tarde para reclamar su posición y esperar el apoyo de la manada. Lo habían visto agachar la cabeza ante el asesino de su padre. Lo habían visto ceder. No había tenido el valor de alzar la voz en el momento en que importaba, y había perdido su oportunidad.

Nadja se había mudado con Gärn, y Dacko, incapaz de vivir mirándolas a la cara, había solicitado un hogar individual no muy lejano. Comenzó su vida como miembro raso de los vientos de lluvia, después de haber ocupado el de heredero de su padre. De repente no había lecciones, no había tablillas, no debía pasar horas y horas memorizando los nombres de todos los antepasados de su madre en una cueva oscura y no había inventarios que hacer ni peticiones que atender. Lo había perdido todo y tenía, de la nada, lo que jamás había poseído: tiempo. Tiempo para su artesanía, para sentarse junto al fuego, para cazar y para pescar como un miembro más de la manada. No se había dado cuenta de cuánto lo anhelaba.

Pero sabía que no podía confiarle eso a Gärn. Tampoco a Nadja. Ella sería menos cruel que la guerrera, pero también sentiría traicionada la memoria de su padre. A duras penas podía perdonarse a sí mismo por haberse acogido a la misericordia de Daichi. Se decía que lo había hecho para salvar la vida de Nadja, pero, ¿qué vida le había dado? ¿Una que había acabado con ella casi muerta en el suelo del bosque? Si seguía permitiendo que Daichi la enviase a misiones suicidas, ¿qué diferencia habría con que la hubiese ejecutado el mismo día que mató a Jakharo? ¿Qué clase de protector era?

—Jakharo, padre, guíame—rezó en un susurro. Por un instante creyó percibir su olor, sentir la calidez de su mano sobre su hombro, pero la sensación desapareció rápidamente. Dacko permaneció un momento inmóvil, preguntándose si el espíritu del guía lo había rozado de verdad. La idea le dio cierto consuelo.

Con un suspiro, abandonó todos aquellos pensamientos y se dirigió a su hogar para recoger sus herramientas. El trabajo lo ayudaría a despejarse.

 

El Hogar estaba dividido en tres niveles escalonados, cada uno más amplio que el inmediatamente superior, y todos organizados en torno a su propia plaza despejada. 

La plaza superior era la única cuyo suelo se había adoquinado. En ella se celebraban los ritos más importantes, por ser la más cercana a las estrellas, pero era demasiado pequeña para acoger a toda la manada cómodamente, con lo que no se usaba con mucha frecuencia. Normalmente eran los ancianos y los heridos de la cercana guarida de los sanadores los que podían encontrarse allí, descansando al sol y al calor de las piedras. El Hogar era coronado por la guarida del guía, el edificio más amplio por detrás del hogar de los curanderos, que se alzaba a su derecha. Ni siquiera esos dos se alzaba más de un piso, pero la mayoría de su espacio interior lo conformaban túneles y habitaciones subterráneas. Todos sabían que el hogar del guía estaba conectado con el Vientre del Mundo, la cueva sagrada que atravesaba todo el subsuelo del Bosque Escarpado, pero muy pocos habían tenido el honor de recorrer aquellas grutas en profundidad. Dacko estaba entre ellos.

El segundo escalón tenía la mayor cantidad de hogares familiares. Mientras que el pico del Hogar estaba reservado para los guías, los curanderos y los altos rangos de la manada, y la zona inferior, más cercana a las entradas y los puntos débiles del asentamiento, la habitaban principalmente los guerreros, esta zona intermedia correspondía al grueso de la población. De ese modo los trabajadores, los proveedores y los más frágiles quedaban protegidos entre otros lobos más aptos para el combate. Era una zona siempre abarrotada, llena de actividad. Los cachorros corrían descalzos y gritaban libres, mientras sus guardianes charlaban en las puertas de los talleres, ahumaban carne para almacenarla, curtían pieles, tejían prendas, fabricaban cestas o herramientas y realizaban intercambios. Incluso en una manada tan guerrera como la suya, era allí donde tenían lugar las actividades más cruciales. Los mayores solían decir que los proveedores salvaban más vidas que los guerreros, y Dacko coincidía con ellos. El centro de la plaza del segundo escalón estaba coronado por el reloj de sol que gobernaba las vidas diarias de los vientos de lluvia. Dacko comprobó rápidamente al pasar que no llegaba tarde a su cita.

En comparación, el tercer nivel del Hogar era un remanso de calma. Tenía la plaza más amplia de todo el asentamiento. En la tierra y la roca de la ladera se habían excavado escalones  en forma de semicírculo que hacían las veces de gradas para toda clase de reuniones y eventos sociales, lo bastante grandes para acoger a todos los miembros de los vientos de lluvia. Frente a ellos, la gigantesca hoguera que presidía las asambleas de la manada yacía ahora apagada, pero bien provista de madera seca. Estaba terminando la hora de la comida para la mayoría de los lobos en el Hogar, de modo que quienes se habían reunido allí ya se estaban dispersando en dirección a sus tareas habituales.

La zona de reunión y la hoguera dejaban aún un amplio espacio de tierra aplastada donde se realizaban representaciones, duelos de práctica, ceremonias, festivales y toda clase de eventos. Allí había muerto su padre, en un círculo dibujado en la tierra que el viento y la lluvia ya habían borrado. En su camino hacia la salida, el hueco abierto entre dos de los riscos que rodeaban el Hogar como una muralla natural, Dacko se vio a sí mismo deteniéndose en el lugar exacto en el que había estado aquella noche, de pie, presenciando el duelo con el corazón en la garganta. Siguió andando cuando se dio cuenta. No podía permitirse ninguna clase de signo que pudiera interpretarse como rebelde. Había elegido la paz y la seguridad, pero el cuchillo no desaparecería de sus gargantas mientras Daichi lo considerase una amenaza.

¿Habría estado Nadja a punto de morir si tú fueras el guía de la manada?

Se obligó a pensar en otra cosa.

Salió del Hogar y se internó un poco en el bosque, lo indispensable para no estar a la vista de los guardias de la entrada, aunque no dudaba de que podían oírlo y olerlo. Se desnudó rápidamente y metió su ropa en la bolsa del arnés con el que había estado cargando desde su hogar. Dedicó unos momentos a comprobar metódicamente todas las cinchas y cierres y después pasó la cabeza y los brazos por los huecos diseñados para ello. En su forma pielsuave le quedaba ancho y cualquier movimiento podía hacer que se le cayera, pero tras transformarse comprobó que estaba bien ajustado. Normalmente le pediría a un aprendiz que terminara de cerrar y anudar las correas para fijar su posición, pero no iba a la batalla ni viajaba lejos, de modo que estuvo satisfecho cuando sacudió todo su cuerpo y nada se cayó ni se soltó.

Encontró a Aarik donde le había dicho que estaría, en la orilla del río. Quedaba en la frontera noroeste, lejos de la zona de conflicto con los nubes de tormenta, así que no se había preocupado de avisar de sus intenciones o pedir una escolta. No habían tenido problemas con los claros de luna, que habitaban el otro lado del río, desde hacía muchos años, así que por lo general se consideraba una zona segura para trabajar, pescar y recolectar.

Saludó al hombre más joven al acercarse a la orilla, y se sentó para cambiar de forma. 

—Dacko—el chico le sonrió. Estaba sentado en una roca y tenía una trampa para peces a medio tejer entre las manos. Dacko se vistió con las prendas que había traído en el arnés antes de responderle.

—Aarik. ¿Eso es una trampa nueva? Creía que solo había que reparar alguna otra.

—Eso creía, pero los pájaros han hecho un destrozo en algún momento de estos días. Creo que merece más la pena cambiarlas todas. Le pedí ayuda a Jorn esta mañana y ha tenido la amabilidad de conseguirme esto—Aarik señaló el montón de cañas finas que tenía a un lado, atadas en un paquete con un cordel. 

—Son muchas—observó Dacko, pero comenzó a desatar el paquete—. Y de buena calidad. Flexible.

—Me debía un favor—sonrió con orgullo—. Y vamos a necesitarlas, te prometo que no ha quedado ninguna que sirva de algo.

A Dacko le extrañó, porque aunque los depredadores menores del bosque solían atacar sus trampas no era normal que hicieran algo que no pudiera repararse. Pero no le dio más vueltas, porque Aarik hablaba demasiado y eso lo metía en problemas constantemente, pero no era un mentiroso. Además, tejer trampas nuevas era más relajante que reparar las rotas.

Al principio hablaron de esto y de aquello, sin profundizar demasiado en ningún tema, y Dacko pudo concentrarse en recordar el patrón que debía entretejer. Afortunadamente, era bueno con los patrones, y sus manos recordaban lo que debían hacer. Las trampas tenían un diseño sencillo, de forma cilíndrica y con un embudo en su interior. Al colocarse en el agua, permitían que la corriente arrastrara a los peces a su interior, pero al mismo tiempo les dificultaban escapar. Los pescadores debían revisarlas de vez en cuando para vaciarlas, y en ocasiones animales más pequeños las saqueaban, pero suponían una fuente constante y fiable de alimento para la manada a cambio de un esfuerzo muy pequeño. A Dacko siempre le había gustado pescar, y pasar tiempo en el río en general. 

La conversación murió y resucitó varias veces. A Aarik le gustaba hablar, y su entusiasmo por las cosas era pegadizo, pero Dacko estaba disperso, y le costaba seguirle el ritmo. Pensó en disculparse, pero desistió y volvió a centrarse en entretejer el cáñamo. Antes de agachar la cabeza, le pareció ver que Aarik lo miraba fijamente. Cuando volvió a mirarlo, parecía pensativo.

—Oye, Dacko—dijo al cabo, cuando se percató de que lo estaba mirando. Pareció pensar en lo que iba a decir—. ¿Cómo está Nadja?

Así que era eso. Dacko se sintió aliviado.

—Está mejor. Sus heridas casi se han cerrado y los sanadores le dejan empezar a poner peso en la pierna, mientras se apoye en algo. Creo que cualquier día de estos volverá a casa a terminar de recuperarse.

—Eso es un alivio—respondió el chico. Dacko percibió que había más, y permaneció expectante—. Pero…—empezó a decir finalmente—¿Sabes ya qué va a hacer después?

—¿Después?

—Cuando se recupere—Dacko lo miró, confuso por la expresión preocupada del chico—. Quiero decir, y no te lo tomes a mal, Dacko, pero Nadja no es una guerrera, esto solo lo ha demostrado.

Dacko apretó los labios, pero contuvo las ganas de protestar que cualquiera habría perdido una pelea contra cinco nubes de tormenta.

—Bueno, encontrará algo que hacer, tiene otros talentos.

—Sí, pero… Dacko, sabes que Daichi no va a sacarla del entrenamiento guerrero. Volverá a imponerle otra prueba del nombre tras otra y acabará por matarla—soltó lo último de sopetón, como si hubiera estado conteniéndolo, y de pronto en la orilla del río se hizo el silencio.

Dacko se mojó los labios, tratando de comprender cómo debía responder. ¿Qué estaba insinuando Aarik? ¿Que Daichi iba a forzar a Nadja a hacer algo para lo que evidentemente no estaba hecha hasta que eso la matara? ¿Que no le importaba? A continuación se dio cuenta de otra cosa, y no pudo sino quedarse quieto mirando a Aarik en silencio. ¿Aquello había sido una declaración de apoyo? Aarik era conocido por ser un bocazas, pero decir eso sobre su líder en voz alta era algo peligrosamente cerca de la traición.

—¿Qué sugieres?

—Tómala como compañera.

Dacko parpadeó. Esa no era la dirección en la que había esperado que fuera la conversación.

—Es mi hermana.

—No por sangre—pareció muy orgulloso de haber previsto su protesta—. Si os emparejáis, podrás proveer para ella, y Daichi no tendrá excusas para ponerla en peligro. Podrá quedarse todo el día en el Hogar cuidando de tus cachorros y haciendo recados como antes.

Se sintió un poco mareado, y tuvo que recostarse y tomar aire profundamente varias veces. ¿Nadja, su compañera? ¿Teniendo sus cachorros?

—No es hija del vientre de mi madre, pero se crió conmigo y con Heko, Aarik, no creo que...

—No intento negar eso—lo interrumpió, y dejó su cesto a un lado para apoyarse con gestos—. Nadja es la hija de Nuva, todos lo saben. Pero no es de tu sangre, así que podéis emparejaros, y eso la mantendría a salvo, ¿no crees que merece la pena considerarlo?

La idea de emparejarse con Nadja le dio náuseas. Todo giraba de repente a su alrededor, y tuvo que concentrarse en su respiración para mantener la calma. No, no podía verla de esa manera. No era capaz de imaginárselo sin sentir un rechazo visceral. Y sin embargo…, intervino un pensamiento intrusivo. ¿Ni siquiera para protegerla? Tu inactividad ha hecho que la hieran, pero ahora puedes actuar para mantenerla a salvo. Una cosa está clara: Nadja no puede volver ahí fuera. Tal vez no tenga ni que tocarla, tal vez…

Respira.

—No quiero hablar de ello ahora—consiguió farfullar. Sin esperar respuesta, agachó la vista y retomó el trabajo manual.

—Vale—concedió el joven guerrero, recuperando su propio trabajo—, pero piénsatelo, ¿quieres?

Dacko asintió muerto de vergüenza.

 

Pasaron la mayor parte de la tarde hablando de cosas menos espinosas, como los progresos de los reclutas y si Dacko tenía intención de decorar su nueva casa. Algo haría, respondió, aunque llevaba media estación viviendo en ella y ni siquiera había reunido las ganas necesarias para cambiar el gastado parapeto de la ventana. Mientras desmontaba las destrozadas trampas viejas, con medio cuerpo en el agua helada, explicó el agotamiento que le entraba solo de pensar en pedirle ayuda a uno de los curtidores y Aarik se ofreció a encargarse de ello. El guerrero se quejó de que su cuchillo ya no cortaba como antes, y Dacko le explicó dónde encontrar los mejores materiales para hacerse uno nuevo al tiempo que aseguraba las sujeciones de la que acababa de fabricar entre las rocas cercanas a la orilla. Cuando el sol cayó, ambos estaban empapados y agotados, la zona de pesca al este del Espejo volvía a estar operativa y habían acordado que Dacko le tallaría un arma nueva a cambio del arreglo de la ventana. Volvía a estar de buen humor.

Cuando hubieron terminado allí, Aarik se transformó primero y Dacko le ayudó a ajustarse el arnés y a asegurar toda su carga. Luego cambió y lo siguió también. El territorio de los vientos de lluvia era demasiado amplio para que recorrer largas distancias, como la que había desde la frontera del río hasta el Hogar, sin adoptar una forma cuadrúpeda, más rápida y resistente que la pielsuave. 

Dacko y Aarik se aproximaban a la entrada principal del Hogar cuando el olor metálico de la sangre recién derramada inundó sus fosas nasales.

—¿Hueles eso?—dijo Aarik antes de que Dacko pudiera hacer la misma pregunta.

—Viene de la hondonada.

—¿Alguien entrenando?

Olfateó el aire.

—No. Huelo algo más grave. Iré yo, Aarik, no te metas en esto.

—Voy contigo. 

—No—replicó mientras trotaba en dirección al rastro, con el corazón en un puño.

—¿Por qué no?—Aarik lo estaba siguiendo.

—Porque esa es la sangre de Roho, y también puedo oler a Gärn.

Eso solo podía significar problemas.

—Puede que necesites apoyo—Aarik no había dejado de seguirlo mientras Dacko bajaba ágilmente hacia la hondonada. Se volvió un instante para gruñir una advertencia, y el joven guerrero paró en seco. La alerta en el lenguaje corporal de Aarik hizo que Dacko se percatara de la agresividad que estaba emanando el suyo. Se esforzó en relajar un poco su expresión.

—Cuando te diga que corras, corre—concedió finalmente.

 

Salió de entre los arbustos justo cuando Roho lograba quitarse a Gärn de encima. El lobo blanco y negro se puso en pie, sangrando de una herida profunda en el hombro, mientras la loba gris oscuro recuperaba el equilibrio al otro lado del claro. Gärn escupió el pelo que le había arrancado a Roho y mostró unos dientes afilados y ensangrentados en un gruñido que heló la sangre de Dacko. Supo que había alcanzado el límite de su paciencia.

—¡Eres una estúpida desagradecida!—gritó Roho, moviéndose hacia ella. Dacko abrió el hocico para exclamar una advertencia, un aviso sincero de lo que él veía en el lenguaje corporal de su amiga, pero que el hijo de Daichi no estaba percibiendo. Antes de que pudiera hacerlo, Gärn saltó.

Dacko había visto luchar a Gärn antes. Era una guerrera formidable que no malgastaba un ápice de energía en movimientos innecesarios y aun así conseguía hacer de la matanza algo hermoso, un baile en el que ella llevaba siempre la voz cantante. Tenía un instinto excepcional para el combate, y una sed de sangre devastadora una vez desatada. Roho era grande y fuerte, y un guerrero aceptable, pero la furia que emanaba Gärn le decía a Dacko que el resultado final de esa pelea ya estaba decidido.

Gärn cerró las fauces en torno al cuello de Roho y Dacko se preparó para escuchar el escalofriante chasquido, que afortunadamente no llegó, porque el Príncipe del Bosque Escarpado logró empujarla lejos de él. Un largo hilo de sangre la siguió y salpicó el suelo. El lobo blanco y negro se abalanzó sobre ella. Sus colmillos centellearon a la luz del sol.

Dacko vio entonces a los cuatro aprendices al otro lado del claro, mirando el combate aterrorizados. El más pequeño no llegaría a los trece años. También vio cómo uno de ellos salía corriendo del lugar.

Va a dar la alarma.

—¡Gärn, detente!—logró gritar. Quiso interponerse, pero sentía las patas paralizadas.

¿Qué hacer? El corazón le latía en los oídos, ensordeciéndolo. ¿Qué debía hacer? Si Gärn hería de gravedad o mataba a Roho sería el fin para ella, o como mínimo para su carrera como guerrera en los vientos de lluvia. Pero no podía permitir que el hijo de Daichi hiriese a su amiga. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

¡Haz algo! ¡Hazlo ahora!, rugió el recuerdo de la voz de Gärn. Logró obligar a su pata delantera a moverse a través de la indecisión.

Entonces vio el cuchillo de hueso en el suelo, a sus pies, ensangrentado, y vio que Gärn también lo había visto. 

Ocurrió ralentizado ante sus ojos. Gärn corría hacia el arma, y su zarpa se convertía en una mano que lo aferraba con fuerza. La guerrera giraba entonces sobre sí misma y la sangre sobre el filo del cuchillo brillaba como un amanecer. Vio la trayectoria antes de que Gärn cortara el aire en dirección al gigantesco lobo blanco y negro que se estaba abalanzando sobre ella. 

Al mismo tiempo, ocurrió muy rápido. Demasiado rápido para que Roho pudiera procesar lo que estaba pasando, la transformación de Gärn, la aparición del arma. Dacko sí lo vio. Vio que Gärn estaba yendo a matar. Y vio, en un instante, todas las consecuencias que aquello tendría cuando llegara a oídos de Daichi.

Fue como si un resorte liberase de repente las patas de Dacko. Saltó, con las fauces abiertas, con toda la potencia que su cuerpo podía darle, y las cerró en torno a Roho. Lo empujó lejos con su propio cuerpo. Esta vez, sí hubo un chasquido, pero el cuchillo rasgó el aire sobre la nada.

Permanecieron inmóviles durante un instante. Dacko escupió la pata delantera de Roho, ahora cubierta de sangre y doblada en un ángulo antinatural, y el guerrero aulló de dolor desde el suelo. Gärn lo miró, con una mezcla de furia e incredulidad desbordando sus ojos azul oscuro. A Dacko le pareció que adquirían un tono casi violáceo.

—Traidor—escupió. Lo sintió tan doloroso como si lo hubiera apuñalado a él. 

Los guerreros de Daichi los encontraron allí, inmóviles, poco después. Dacko no trató de resistirse. Lo había estropeado todo aún más intentando arreglarlo.

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